A lo largo de todo el siglo XIX, el crecimiento económico se vio
acompañado de otro fenómeno, no menos espectacular, que le sirvió de
base: el constante aumento de la población europea, continuación de la
revolución demográfica iniciada en el siglo anterior.
En Inglaterra, cuna de los cambios económicos, la población pasó de
seis millones y medio de personas en 1750 a catorce millones en 1831.
En el resto de Europa, el crecimiento demográfico fue del 50 % entre
1730 y finales del siglo XVIII, y a lo largo del siglo siguiente se
aceleró, pasando de cerca de 187 millones de habitantes en 1800, a 266
en 1850, y a 400 millones en 1900.
Las causas fundamentales de este incremento de la población fueron:
El fuerte aumento de la producción agrícola, que mitigó la amenaza del hambre.
La mejora de las condiciones de vida, con la introducción de nuevos hábitos higiénicos.
Los grandes avances de la medicina, que redujeron drásticamente la
incidencia de las enfermedades y, con ello, la tasa de mortalidad.
La explosión demográfica dio lugar a un enorme crecimiento de las
ciudades, donde se concentraban las actividades industriales,
comerciales y crediticias.
Capitalismo y sociedad
La Revolución Industrial representó el triunfo del capitalismo como
sistema económico sobre la economía tradicional del Antiguo Régimen,
heredada del feudalismo.
Las sociedades anónimas y los bancos fueron las instituciones
encargadas de proporcionar el capital que necesitaban las empresas para
comprar materias primas y máquinas, construir instalaciones fabriles y
pagar los salarios de numerosos obreros.
Desde Inglaterra, la Revolución Industrial se extendió a los países más
avanzados, dando lugar a grandes cambios demográficos y sociales. Junto
al enriquecimiento de la burguesía, grandes masas de trabajadores
asalariados se concentraron en los barrios industriales, frecuentemente
en condiciones infrahumanas.
La expansión de la Revolución Industrial
Inglaterra se convirtió en el modelo de desarrollo industrial para los
demás países, primero las potencias europeas y Estados Unidos, y luego
el resto del mundo. Cada país realizó la Revolución Industrial de
acuerdo con sus propias circunstancias. A principios del siglo XIX
iniciaron la industrialización:
Bélgica, cuyo desarrollo se vio favorecido por la legislación liberal introducida tras la ocupación francesa (1792).
Francia, donde el poder de la burguesía se consolidó durante la
monarquía de Luis Felipe de Orleans (1830-1848) y el Segundo Imperio
(1852-1870).
Alemania, gracias al Zollverein o unión aduanera entre los distintos estados, promovida por Prusia (1834).
Los Países Bajos, importante centro de la industria textil, el comercio y las finanzas desde siglos atrás.
Suiza, con una larga tradición en la industria textil, la fabricación de relojes y la banca.
En la Europa mediterránea y en Rusia la industrialización se inició con retraso y con mayores limitaciones.
Huelguistas en el centro hullero y metalúrgico de Le Creusot (Francia).
Cambios demográficos
A lo largo de todo el siglo XIX, el crecimiento económico se vio
acompañado de otro fenómeno, no menos espectacular, que le sirvió de
base: el constante aumento de la población europea, continuación de la
revolución demográfica iniciada en el siglo anterior. En Inglaterra, cuna de los cambios económicos, la población pasó de
seis millones y medio de personas en 1750 a catorce millones en 1831.
En el resto de Europa, el crecimiento demográfico fue del 50 % entre
1730 y finales del siglo XVIII, y a lo largo del siglo siguiente se
aceleró, pasando de cerca de 187 millones de habitantes en 1800, a 266
en 1850, y a 400 millones en 1900. Las causas fundamentales de este incremento de la población fueron: El fuerte aumento de la producción agrícola, que mitigó la amenaza del hambre.
La mejora de las condiciones de vida, con la introducción de nuevos hábitos higiénicos.
Los grandes avances de la medicina, que redujeron drásticamente la
incidencia de las enfermedades y, con ello, la tasa de mortalidad.
La explosión demográfica dio lugar a un enorme crecimiento de las
ciudades, donde se concentraban las actividades industriales,
comerciales y crediticias.
Capitalismo y sociedad
La Revolución Industrial representó el triunfo del capitalismo como
sistema económico sobre la economía tradicional del Antiguo Régimen,
heredada del feudalismo. Las sociedades anónimas y los bancos fueron las instituciones
encargadas de proporcionar el capital que necesitaban las empresas para
comprar materias primas y máquinas, construir instalaciones fabriles y
pagar los salarios de numerosos obreros.
El desarrollo del capitalismo originó varios procesos:
La producción en cadena, fruto de la racionalización industrial, para
aumentar la rapidez y el volumen de la producción en las fábricas. La concentración industrial, en zonas geográficas situadas en torno a
minas de carbón o a centros productores de materias primas. La concentración económica, a partir de 1870, mediante la agrupación de
todas las industrias dedicadas a productos similares. Así nacieron los
trusts o cárteles. El capitalismo configuró una división de la sociedad en dos clases principales:
Los capitalistas o burgueses, dedicados a dirigir las empresas o a invertir su dinero en ellas a cambio de un beneficio.
Los obreros o proletarios, hacinados en los barrios surgidos junto a
las fábricas y obligados a trabajar durante larguísimas jornadas a
cambio de salarios escasos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario